Misogi Dojo de Aikido

MASAKATSU AGATSU 正勝吾勝






"Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.".
Aristóteles (384 AC-322 AC, filósofo griego).





Solemos repetir esta frase muchas veces en el Dojo cuando conversamos entre nosotros sobre los principios del Aikido o durante el entrenamiento.
Citamos asimismo a O’Sensei, diciendo: “La verdadera victoria es la victoria sobre uno mismo”.
¿Pero que podríamos definir por nosotros mismos? ¿Quién es ese yo que debo derrotar?

Ese yo que debe ser derrotado es nuestro ego. Ese ego nos lleva a iniciar el conflicto, a fomentarlo y en definitiva a agrandarlo.
Toda nuestra mente y nuestro cuerpo toman partido en dicho proceso, que culmina con la intención de lastimar o dominar a alguien. Proceso intensamente fomentado por la amenaza y el miedo.

El conflicto siempre es creado en nuestra propia mente, son nuestros pensamientos los que lo originan, dan forma y fomentan.
Cuando logramos constituirnos en observadores de ese proceso, dejamos de identificarnos con el pensamiento, nos apartamos del mismo y podemos cambiar la dirección de nuestros actos.
Dejamos de “ser” ese pensamiento para convertirnos en aquel que observa el pensamiento que ha surgido en nuestra mente.

Ese soy yo, el que observa el pensamiento. No soy el pensamiento.

Tomo distancia del pensamiento y lo analizo como un objeto de estudio, no me identifico con él.

Cuando no logro apartarme del pensamiento que surge en mi mente, me convierto en ese pensamiento y actúo inmediatamente en consecuencia. Debe haber distancia entre el pensamiento y lo que yo soy.

El primer paso hacia la victoria sobre uno mismo, es el darse cuenta que yo no soy mi “ego”.
Yo no soy el pensamiento que surgió, sino que soy el observador del pensamiento y actúo según mi propio criterio y no como consecuencia automática del pensamiento surgido de mi “mente pensante”.

La mayor parte de las personas no logran diferenciar entre el pensamiento y la acción, no saben que existe un espacio entre ambos. Esto los convierte en sus pensamientos.

Cuando logramos dejar de ser nuestros pensamientos, la personalidad imaginaria que veníamos construyendo comienza a desaparecer.
La nueva identificación comienza a ser con la conciencia y no con la “mente pensante”. Empezamos a quitarle el control de nosotros mismos a nuestro “ego”, para asumirlo nosotros mismos.