Misogi Dojo de Aikido

Efectividad del Aikido como Defensa Personal



Puesto que el Aikido no se comprende desde la razón sino desde la experiencia, es necesario practicarlo para comenzar a entenderlo.
Es por esto que si bien quiero compartir con todos ustedes esta reflexión, temo que solo será verdaderamente entendida por otro aikidoka.

Actualmente vemos como proliferan prácticas marciales cada vez más agresivas que basadas en un espíritu competitivo persiguen la destrucción del contrario sin la menor consideración moral.
El motivo de este fenómeno me resulta aún esquivo, quizá suceda como consecuencia de la violencia a la que estamos expuestos en nuestra sociedad; pero si este fuera el caso es obvio que no ayuda a mitigarla sino a retroalimentarla.

Muy por el contrario, la defensa en el Aikido se sustenta en principios éticos que podrían considerase como su piedra angular, ya que son la esencia misma de esta doctrina. Debido a este rasgo altruista se cuestiona habitualmente la efectividad del Aikido como defensa personal.
Esta inquietud parece ser una constante en la etapa más temprana del entrenamiento, atenuándose a medida que se avanza en el camino. Bueno, meditemos al respecto!

Lamentablemente esta necesidad de buscar efectividad en un Arte marcial de profundo contenido filosófico (DO) como el Aikido es una señal más del utilitarismo en el que estamos inmersos, el cual asfixia nuestra espiritualidad y nos obliga a hacer algo solo para obtener un beneficio a cambio. El Zen en cambio nos libera al demostrar a través de mushotoku como la verdad llega cuando hacemos algo sin provecho.

Habiéndome confesado ya como otra víctima del materialismo reinante comencemos el análisis de los componentes físicos y filosóficos que condicionan la defensa en el Aikido.

Desde lo estrictamente físico el Aikido aporta ilimitadas posibilidades como defensa personal, solo restringidas por el grado de pericia de quien las emplee. Más allá del recurso de las “técnicas de dojo” nuestro arte es especialmente efectivo en su expresión mínima y contundente, cuando el artista materializa las respuestas espontáneas que fueron condicionadas como reflejos a través de años de entrenamiento (kikei o kigata).
En nuestro arte la técnica defensiva se construye a partir de una correcta posición corporal, respondiendo con naturalidad mediante movimientos circulares se maximiza el aprovechamiento de la energía (cinética, gravitacional) aportada por el atacante y se provoca su desequilibrio (kuzushi).

Pero su mayor virtud no se halla en lo físico. En Aikido en vez de usar la fuerza se trabaja sobre otras variables mucho más sutiles, usándolas como verdaderas armas para disuadir y manejar el conflicto.
En la órbita filosófica el Aikido cultiva una actitud constructiva y no competitiva frente a los conflictos. Esto naturalmente nos protege, porque no importa cuan fuerte seamos, llegará el momento en que la fuerza de otro será mayor a la nuestra. Las enseñanzas de Lao Tse, Sun Tzu, Confucio, Buda y Cristo nos advierten que “la violencia tiene la mala costumbre de volver”; la victoria por la fuerza genera una espiral de agresión que nos expone a un riesgo cada vez mayor.
Con una visión crítica enfocada en el espejo más que en la ventana, descubrimos que el conflicto finalmente es con uno mismo. Autocontrol y disolución del conflicto son sinónimos. Controlando el ego refinamos nuestro espíritu.

Solo un necio puede pretender analizar la efectividad de una verdad tan universal como la naturaleza. Por eso cada vez que necesitemos evaluar la utilidad del Aikido debemos reconocernos víctimas de un vicioso pragmatismo.

El Aikido trasciende toda utilidad…


Germán Gámbaro

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