Misogi Dojo de Aikido

¿Técnicos o artistas?, esa es la cuestión

O'Sensei riendo

Shiawase (幸せ), es el vocablo japonés para Felicidad, una sensación y un concepto que deberían estar más relacionados a la práctica de las artes marciales modernas, donde en cambio sobran ideas sobre efectividad, eficacia, defensa personal real, vinculadas solamente a la faz técnica. No obstante, los beneficios del entrenamiento del Budo alcanzan otros aspectos más allá de lo meramente técnico, que en ocasiones han sido desplazados a un lugar de menor importancia; o en los peores casos, dejados completamente de lado.

Los padres de las artes marciales que hoy practicamos le ofrecieron al mundo una oportunidad de desarrollo única, que podría estar siendo subestimada. Su aporte a la humanidad es de una genialidad y un sentido filosófico trascendente, ya que plantearon una paradoja entre belicismo y pacifismo; y en una muestra de generosidad inconmensurable, planearon una gesta única y compleja: utilizar lo bélico para la paz, lo militar para lo civil, lo marcial con fines ajenos al campo de batalla, para la construcción de una sociedad mundial más elevada, pacífica, humanitaria, feliz.

Esto implica un desafío de magnitud, ya que incluye transpolar estos valores y crear una realidad nueva en las que antiguas formas de guerra sean utilizadas con fines radicalmente opuestos.

Los patriarcas le legaron a la comunidad internacional un regalo incomensurable, el Do, de modo que, por un lado, se valga de los valores del bushido y de otras formas de pensamiento moral y espiritual para ser aplicados en lo mundo cotidiano y moderno. Por otro lado, ofrecieron una rica tradición técnica para ser dominada con fines pacíficos, generando guerreros de paz, no para combatir en campos de batalla sino para enfrentar el día a día basándonos en una perspectiva de vida diferente.

Ellos tal vez soñaron con el fin de las guerras, y probablemente entendieron que su aporte pacifista a través de las artes marciales podría ser una de las soluciones al problema de la violencia humana, una forma de transformarla en algo bello.
O'sensei realizando purificación

La técnica marcial, el jutsu, es en este caso uno de los tantos elementos incluidos en la currícula de enseñanza del Do, es uno de los senderos del Do, a través del cual podemos cultivar otros aspectos. Es la técnica al servicio del Do, pero no el Do al servicio de la técnica: el entrenamiento como una forma de purificación y edificación personal. Salvando las diferencias, otras disciplinas como el Yoga persiguen también objetivos que trascienden la técnica y que le dan un carácter práctico e instrumental a la misma, muy significativo pero no decisivo a los beneficios totales del Do. Que el dominio técnico sea excluyente significaría que sólo aquellos que gocen del mismo podrían acceder a los beneficios totales del Do.

La técnica no es una condición discriminatoria, sino una vehículo del Do que se ofrece a todos, una forma de lenguaje incluyente, abarcativa. Por ende, las artes marciales ofrecen distintos caminos de salud a ser recorridos, ya sea en lo físico, en lo mental y en lo espiritual.

Sin embargo, en un momento en el que la defensa personal -teniendo en cuenta las tristes y alarmantes situaciones de inseguridad y agresión en las que vivimos inmersos-, y la competencia deportiva son los principales motores de muchas escuelas de artes marciales, se corre el peligro de enfatizar en demasía el aspecto físico de estas disciplinas olvidando sus demás beneficios, que deberían ser igualmente apreciados y entrenados. Por otra parte, internet ofrece ejemplos de sobra respecto de una comunidad marcial internacional en la que abundan muestras de intolerancia ejemplar, de una discriminación patológica y de una falta de paciencia, comprensión y respeto mínimo hacia el prójimo que hace dudar sobre el estado actual de las artes marciales y quienes las entrenan.

Muchos practicantes se erijen en embajadores de la verdad técnica absoluta y ejercen una crítica sistemática hacia el resto de las escuelas, demostrando una soberbia inexplicable si tenemos en cuenta la diversa, antiquísima y por momentos indocumentada cantidad de fuentes marciales que existen en cada país oriental, que han generado cientos de estilos, linajes, escuelas y sistemas de combate ¿Qué persona podría contar con la verdad revelada respecto a un tema que ha suscitado distintas versiones, polémicas y discusiones a lo largo de la historia reciente?

Además, una forma de moral basada en la identificación con el propio grupo de pertenencia ha dado lugar a una realidad dualista entre buenos y malos, entre amigos y enemigos, entre correcto e incorrecto, de amor y odio, que no debería ser tan notoria en quienes se dedican con devoción al entrenamiento de disciplinas que justamente incluyen enseñanzas filosóficas y espirituales orientadas en una dirección completamente opuesta.

Como en muchos otros aspectos de la vida, nos hemos quedado estancados en la dimensión material del mundo, desinteresados o incapaces en seguir escalando hacia otros estadíos más elevados incluidos en el Do. El jutsu y el waza siguen siendo los elementos hegemónicos en la mayoría de las prácticas, lo que hace pensar que como practicantes estamos más interesados en luchar nuestras guerras en forma física y no a través de caminos mentales o espirituales. Retrocedimos a un estadio anterior en el que las diferencias se resolvían en los campos de batalla, lo cual explica también el tipo de sociedad violenta en la que vivimos. Pero los patriarcas del camino establecieron las artes marciales como expresiones de paz e iluminación, lo cual ilustra una contradicción de base entre la finalidad última de estas disciplinas y su aplicación primera en la actualidad.


El Do no es etéreo

Kanji DO
Los peligros inherentes a la sociedad en que vivimos no siempre llegan en forma de agresiones físicas; muy probablemente las agresiones psicológicas que perturban nuestro interior y las presiones que deterioran nuestra salud mental y psicológica son las más recurrentes. Sin embargo, sobreenfatizando las técnicas físicas no generamos ningún elemento de defensa contra esas situaciones nocivas, que representan ukes fuertemente armados. Frente a su influencia somos completamente inofensivos y nuestro arsenal de recursos físicos resulta, en contradicción, una armada etérea. Por el contrario, el bushido, la meditación y el pensamiento reflexivo que forman parte del bagaje de Do, pueden ofrecernos herramientas reales y concretas para manejar estas situaciones negativas de una manera más constructiva.

Las artes marciales no son primordialmente artes de defensa personal frente a agresiones físicas. El dojo es un bastión de budo y el tatami una metáfora del campo de batalla, pero no estoy seguro que dojo y tatami tengan como objetivo preparar a personas para que, una vez en la calle, apliquen lo aprendido. La defensa personal depende de muchas otras variables que no pueden ser completamente controladas y simuladas durante el entrenamiento. Y es igualmente imprudente fomentar la aplicación del jutsu en situaciones ajenas al dojo. El tatami y la calle son dos mundos paralelos, que pueden tener puntos en común pero que funcionan con reglas muy distintas. Querer superponer estos dos mundos es tal vez un intento peligroso e innecesario.

Por otra parte, es riesgoso ofrecer técnicas marciales de fuerte impacto a personas que no tienen una formación en el Do acorde a las mismas. Además, una formación efectiva en el Do puede ciertamente ayudarnos a manejarnos de una manera distinta ante situaciones de riesgo, trabajando con marcado énfasis en la prevención y en la adopción de usos y costumbres que nos ayuden a disminuir las probabilidades de riesgo. El entrenamiento de los valores del Do al mismo tiempo fomenta la formación de carácter y madurez, de entendimiento y tolerancia. Las técnicas marciales sin el basamento del Do son por el contrario peligrosas y su manejo es dejado al libre albedrio del practicante.

Delimitar el budo a la defensa personal sería injusto. Es como condicionar la creatividad de artes plásticas a los parámetros que dictan el valor monetario de las mismas. Si realmente delimitados el arte marcial a la efectividad de combate de las técnicas, tal vez no estamos comprendiendo los ricos y abarcativos contenidos que nos ofrecen. Creo que es además innecesario exaltar la efectividad de las artes marciales en términos de defensa callejera, por ejemplo. En tal caso, ¿cuáles serían los parámetros a tener en cuenta para definir a un arte como efectiva o no en ese ámbito? Las riñas callejeras son de por sí una forma de exaltar el ego propio en un ambiente que no tiene ningún tipo de relación con la defensa personal: en la mayoría de los casos, este tipo de conflicto son más bien ataques personales protagonizados por individuos que parecen estar más interesadas en involucrarse en la pelea que en evitarla ¿Por qué deberían los artistas marciales pensar entonces en esta instancia como una prueba de fuego para definir si su dominio técnico es alto o no? Por supuesto, en la sociedad en la que vivimos, las formas de violencia a las que nos enfrentamos no son únicamente las relacionadas a riñas callejeras. Sin embargo, la respuesta física no es siempre la mejor forma de defensa personal y puede, por el contrario, generar más violencia que la originaria.

Hay situaciones de extrema violencia, mucho más rotundas, en las que las técnicas marciales tampoco son herramienta adecuadas para la solución. Tenemos que cultivar, entonces, otras técnicas, que trasciendan lo físico, para poder pararnos de una mejor manera frente a ellas. Distintas situaciones ameritan distintas soluciones.

Vivimos en un mundo difícil, pero sin embargo: ¿por qué fantasear con hacerlo peor y con participar activamente en esa violencia que condenamos? El Do no llega sin un compromiso y una responsabilidad superior: tenemos que estar a la altura de las personas que lo practicaron y lo forjaron. Los samurai se preparaban para la muerte súbita de un período mucho más agresivo que el actual ¿Estamos nosotros preparados para tanto abandono? Por eso creo que es importante contextualizar las artes marciales en los tiempos modernos que corren: no hemos sido entrenados desde la infancia para matar o morir ni hemos nacido dentro de una tradición guerrera familiar. Deberíamos entonces cambiar el enfoque de nuestra práctica y darle un sentido diferente, actualizarla, para que se complemente con nuestra vida, mejorándola por supuesto, combinando ambos mundos.

Los dojos podrían ser fuentes de sabiduría y entendimiento, y no factorías de estandarización técnica en las que se moldea marcial y mentalmente a los individuos. Shiawasedo y Budo podrían ser conceptos en sinonímia, dos formas distintas de decir la misma cosa. El Do es un camino metafísico pero es también una senda real que se puede andar en un sentido concreto también: las artes marciales son la materialización de conceptos muy profundos, una forma de darle substancia, ente, a la filosofía, de hacerla palpable.

Shiawasedo

Kanji SHIAWASE
Por qué no entonces ofrecer una variante positiva, proactiva, que busque formar nuevas generaciones de personas de paz, con renovados conceptos, menos nostálgicos y más pragmáticos. Shiawasedo es solamente una forma de referirse a esto: que el arte marcial nos ayude a desarrollar una defensa personal en lo emotivo, en lo psicológico, en lo físico (salud), en lo filosófico (apertura mental y flexibilidad intelectual). Que el arte marcial funcione al servicio de nuestra felicidad, preparándonos para enfrentar un día a día que incluye agresiones no físicas que nos lastiman sin que les ofrezcamos ningún tipo de respuesta. Podríamos ser vehículos de felicidad, podríamos entrenar para ser más felices y hacer a otros más felices. Pero al parecer, nos preparamos para una agresión masiva que nunca llega, mientras que pequeñas agresiones nos hieren a diario.

El Do es una forma de canalizar la agresividad humana, de ofrecerle un sendero sano de expresión para que se transforme en un elemento creativo. Lo mismo sucede con la música, las artes plásticas, la escritura. Estas son también formas de Do, de expresión del alma.

Por supuesto, Do no es una palabra mágica que produce soluciones efectivas y automáticas. Es más, representa un trabajo arduo y constante, cuyo tránsito implica tiempo y compromiso y cuyos resultados no están garantizados. Como se dice, caminar el Do es la meta.Julio Talerico Sensei y el autor

Puede también que el concepto felicidad suene desorientador, peque de abstracto y termine por ser demasiado relativo. Pero creo que más que centrarnos en los conceptos, si vamos a dedicarnos esta vida al estudio de budo, cabe preguntarse: ¿Es efectivo el arte marcial que practico en términos de mi vida cotidiana, frente a la violencia civil del día a día? Me ofrece soluciones, me brinda lecturas comprensivas y abarcativas? Mi arte marcial me ayuda a estar mejor con mi familia y amigos? ¿Me ofrece herramientas prácticas para construir un ambiente más sano y ameno, siquiera menos nocivo? Y con las personas que no conozco pero con las que convivo a diario: ¿soy más comprensivo con ellas? ¿El arte marcial que practico ha fomentado ideas de aislamiento y enajenación en mi, ideas de superioridad respecto de los otros artistas marciales y personas? ¿Estoy trabajando por ser más tolerante? ¿Busco deliberadamente poner a prueba mis conocimientos marciales en la calle? ¿El grupo de personas con las que entreno son una influencia constructiva, a través de ellos aprendo a convivir con distintas personas y a mejorar yo mismo en mi trato con el resto de la gente? Cada uno puede darle al Do el nombre que le parezca más acertado para explicar los beneficios esperados de su práctica. En mi caso, elegí Shiawase.

Por último, propongo otra pregunta: ¿qué tipo de estudiantes están formando los dojos? ¿Técnicos marciales o artistas marciales? De esta última dependen las respuestas de las preguntas anteriores.



Marcos Gonzalez Gava